Por entonces
apareció una ciudad musulmana, a la que todos llamarían Geen (Camino de
Caravanas).
- ¿Cómo apareció la ciudad? ¿Por arte de magia?
- No. No apareció de repente, solo su nuevo nombre.
Se pelearon los dueños y repartieron las tierras. Cada uno le puso a la suya un
nombre. Es como cuando compramos nuestro campo, antes se llamaba “La Curva” porque todo el mundo conocía
por ese nombre a ese trozo de tierra que estaba al borde de la carretera y que
servía para dar la vuelta.
- ¿Eso es antes del año mil?
- No, antes del año mil, no había carreteras.
- Vale, ¿antes de que yo naciera?
- Más o menos, el caso es que ahora todos llaman a
esa tierra “la Curva de la Marrana”,
porque allí es donde vive nuestra Vacarisa.
- Mamá, anda que si se muere la cerda, pensarán que
somos nosotras las marranas.
- Seguramente. El tiempo hace que la gente no sepa
porque se llama una tierra de una manera, pero solo hay que buscar un poco y
averiguar la verdad. Alguien habrá dentro de miles de años, que explique que
esa Curva de la Marrana, se llamaba así por una cerda.
- ¿Y sabrán también cosas de nosotras?
- Posiblemente solo Vacarisa sea recordada por los
siglos de los siglos, pero nosotras sabemos muchas cosas que otros no saben, ¿verdad?
¿Te acuerdas que risa cuando te conté lo de nuestras poyas?
- ¡Sí! – reía la niña nerviosa tapándose la boca
con las manos, avergonzada por la palabrota - ¡Qué era pan mamá, solo era pan!
- Pues igual pasa con los nombres de las ciudades
que se llaman así por algo, aunque “ese algo” no sea lo que imaginamos. No
aparecen y desaparecen, solo cambian sus dueños, estaban ahí desde antes de que
fuera el año mil, y antes, y antes, y mucho antes incluso del año cero, cuando
estaban aquí los Íberos.
- ¿Eso qué es, los Íberos?
- El muñeco que hay en el parque que todos decís
que es Don Quijote, pero eso te lo cuento en otro cuento.
Por aquellas
tierras de Geen transitaban todas las mercaderías que entraban y salían de
Al-Ándalus, todos debían parar allí para descansar y reponer víveres y agua antes de proseguir su camino.
Al norte en
nuestra tierra había unas grandes montañas que eran paso obligado para poder
salir de aquí. Se atajaba mucho camino atravesándolas, aunque era muy duro y
peligroso por lo que debían ir preparados.
Cruzarlas, ya
fuera para entrar o salir de Geen era un motivo más que suficiente para pararse
a coger fuerzas. El desfiladero de Despeñaperros era muy difícil tanto en
invierno como en verano y se tardaba varios días en pasar al otro lado.
- ¡Despeñaperros! ¿Mataban a los perros?
- Así pusieron a estas montañas de nombre pero no
eran perros los que tiraban para que se despeñaran, eran personas. Tras la
Batalla de Navas de Tolosa, una muy importante donde ganaron los cristianos, a
los soldados musulmanes que quedaron vivos, los tiraban por el desfiladero enviándolos
a una muerte segura. “Perros” es como llamaban los cristianos a los infieles
musulmanes.
- ¡Anda! – dijo con voz compungida(1) la niña.
- Así son las guerras, mueren los soldados para que
los dueños de las tierras puedan decir que lo son. Y peor todavía, además de
soldados, mueren muchos civiles.
- ¿Civiles que son?
- Mujeres, niños, ancianos y personas con alguna
“peguilla” que se han librado de ser reclutadas para la guerra. A los jóvenes
se los llevaban a la fuerza.
- ¿Peguilla qué es?
- A ver hija mía, nunca hubo un soldado rico por
muy joven y fuerte que fuera, tampoco se libraba ni un pobre, a no ser que
estuviera impedido por alguna circunstancia, osea, que tuviera alguna peguilla.
(1)
Investiga todas las palabras de este cuento
para que veas que son verdad.
La nuestra era
una de las ciudades más importantes del mundo en la época musulmana.
Precisamente esos “perros” trajeron durante muchos años paz y prosperidad para
todos.
Nuestros
antepasados pertenecían a tres culturas distintas, la musulmana, la cristiana y la judía, aunque
a mí me gusta incluir una más que siempre ha sido olvidada, la cultura gitana.
Es muy posible
que cualquiera de nosotros tengamos ascendencia de cualquier parte del mundo,
por aquí pasaron conquistadores de muy distinta procedencia, se puede ver
claramente como en una misma familia nacen hermanos que pueden ser de unos o de
otros.
- Mira Alonso, es claramente descendiente de
judíos, mientras que los hermanos mayores son morenos con el pelo rizado, más
moros o incluso un poco indios. A mi abuelo le decían el Indio, por algo
también.
- Eso estaba pensando yo Mamá, eso estaba pensando.
- En Portugal, hay muchos descendientes de los
esclavos que trajeron Brasil y otras
colonias que dejaron de serlo hace ya muchísimos años. Por eso, cuando una
persona habla de razas de forma excluyente, no se da cuenta de que en su sangre
muy posiblemente tenga cualquiera de las culturas que pasaron por España.
Durante esta
época los judíos convivían pacíficamente con los musulmanes. Poco después con los
cristianos también, aunque empezaron los problemas y se hizo una ley donde los
judíos no podían tener esclavos cristianos. Poco a poco fue deteriorándose la
convivencia hasta que los expulsaron España a todos.
Cuentan que
para evitar la codicia de los cristianos, los judíos enterraron sus cosas de
valor en los sótanos de sus casas y que
aún hoy puede haber bajo tierra grandes tesoros escondidos que no tuvieron
tiempo de llevarse cuando los expulsaron.
Aún hay
familias sefardíes (judíos españoles), que guardan por generaciones las llaves de su casa en España, por si un día pudieran volver. Lo
cierto es que sus casas fueron confiscadas y la posibilidad de volver a lo que
fue su hogar durante siglos era prácticamente inexistente.
Nosotros siempre
fuimos una cuidad de paso, de acogida, de mezcla, los que vinieron de otros
lugares a vivir con nosotros, no olvidan su paso por aquí fácilmente, aunque
seamos una ciudad pobre. Tratamos a todo el mundo como si lo conociéramos de
toda la vida, con cariño sincero y familiar. De ahí el carácter Jaenero,
nuestro mayor patrimonio y ese dicho tan famoso que hay de nuestra tierra, de
la que se dice que se entra llorando y se sale añorando y llorando más todavía.
En nuestro
carácter también está impreso el pesimismo, no puedo negarlo aunque sea solo la
última época, no cuando ocurrió este
cuento. Ahora tenemos la autoestima por los suelos y pensamos que es el peor
sitio donde vivir, como me decía mi hijo, es para nacer y morir, pero no para
vivir. Por generaciones hemos escuchado aquello de que hay que quemar la
ciudad, del Castillo al Boulebar y lo de que …
¡AQUÍ
NO HAY NA!.
¿Alguien en esta ciudad,
que esté dispuesto quemarla,
del castillo al bulevar?
¿Hay alguien?
¿Alguien que quiera esfumarse?
¿Alguien que aspire a emigrar?
alguien que cuando se largue,
ni vuelva por Navidad.
¿Hay alguien?
Alguien que tenga coraje
de tener el coraje de hablar
alguien que vea precioso
mi reflejo en un cristal.
¿Hay alguien?
¿Alguien aquí vive feliz?
¿Come, ríe y puede dormir?
¿Hay alguien?
¿Alguien aquí que la admire?
Que necesite su cruz
que se aburra con mi pelo
¿No tienes dignidad, tú?
¿Por qué esta tierra quema, y las
otras llaman?
¿Por qué se van los míos? duele el
alma.
¿Quién se queda, quién se queda?
¡En esta ciudad de mierda!
LVM
¡No podéis
imaginar que ciudad más espléndida!
Geen se había
preparado para recibir y abastecer a los comerciantes que ya conocían su hospitalidad
y hacían uso de ella, trayendo prosperidad a sus habitantes.
Sus montañas
protegían de cualquier ataque, los puestos de vigilancia eran muy numerosos, estratégicamente situados y sumamente
efectivos. Uno de ellos, el más antiguo de la ciudad, anterior incluso a la
iglesia que lo acompaña, es La Torre del Concejo. Curioso que
todavía hoy pertenece a la ciudad y no a la iglesia, de hecho es la hora
oficial de Geen por los siglos de los siglos.
Se encontraba
en el centro y la vista abarcaba todo. Esta torre pertenecía al Concejo, y era sitio de reunión de los Caballeros
veinticuatro que ayudaban a Lucas de Iranzo a decidir que debía hacer en caso
de una amenaza así como la gobernanza en general de la ciudad, dirigían la defensa de todos. Desde allí todavía hoy en día se
pueden divisar todos los problemas, siempre que no se haga la vista gorda.
- ¿Sabías que tenemos el récord de más castillos y
torres de vigilancia del mundo? El otro día salió en un programa de preguntas y
respuestas. Nadie imagina eso, ni yo.
En aquella
época guardábamos muchos tesoros y teníamos que protegerlos. Nuestras calles se
llenaban de comerciantes con muchas mercancías para vender y mucho oro para
comprar.
- Y ahora ¿Por qué no hacemos lo mismo? Vigilar.
- No existe el Concejo, solo nos quedó la torre.
La ciudad
estaba preparada para los visitantes, sus calles estaban cargadas de agua,
fuentes y nacimientos al servicio de los animales y las personas, buenos alimentos y una gran hospitalidad.
Muy bien
situados en el centro de la ciudad estaban los baños públicos del Hamman
al-Walad, en nuestro idioma “los baños
del niño”(2) que servían
de descanso y purificación imprescindible para todos, tanto los forasteros como
los propios habitantes de Geen.
(2)
Pronuncia lo
mejor que puedas este nombre y no olvides su significado, la H tienes que decirla como si fueras un zombi.
Es muy típica en toda Andalucía esta pronunciación de la J como si fuera una H
aspirada, menos en Jaén, que ya sabéis que tenemos fama de pronunciarla muy
fuerte, y por eso nos dicen que somos de la tierra del “ronquío”.
Del Raudal de
la Magdalena, se abastecían estos baños que eran los más importantes y a otros
tres más que estaban repartidos por la zona. El Hammam Ibn Ishaq, el Baño
de Ben Isaac era para los judíos, compartían el mismo lugar de reposo y
limpieza pobres y ricos, hombres y mujeres,
aunque evidentemente de manera ordenada y sin mezclarse jamás.
- Bueno, pues el jardín de estos maravillosos Baños
del Niño estaba donde estamos ahora…
- ¿Eso es verdad mamá? ¿En nuestra casa?
- Si, debajo de nuestra casa. Cuando hicimos nuestro
proyecto arqueológico lo descubrimos.
- ¿Eso qué es?
- Hay que hacer un agujero en la tierra hasta
llegar a encontrar restos de otras civilizaciones. Debajo de nuestra casa,
estaban los jardines de los Baños Árabes que aparecen en este cuento.
- ¡Increíble!
- Créetelo, encontramos un pozo árabe, un camino
empedrado con cantos "rodaos" de río pequeñitos haciendo dibujos e incluso una
tumba. Todo eso se pone en un dibujo y después se presenta con los planos en …
- Bueno, ya estoy cansada de escuchar cosas que son
verdad, ahora cuéntame más cosas de mentira.
- Pues cierra el pico, loro, que los cuentos,
cuentos son.
Cada mañana
tras la limpieza de los baños, se tiraba el agua sobrante en los jardines que poco
a poco se fue formando una pequeña charca.
Todo estaba
listo al medio día para los bañistas y hasta bien entrada la noche continuaba
la actividad, a la mañana siguiente vuelta a empezar.
La tierra
nunca conseguía absorber toda el agua y esto hacía que la vegetación a su
alrededor se hiciera fuerte y frondosa.
El agua de los
baños perfumada con plantas aromáticas y cargada de todas las impurezas de las
personas que usaban los baños, iba a parar a esta charca, que la hizo muy
especial, mágica.
En los
balcones de los baños, ondeaban como banderas de la paz multitud de paños
blancos que se utilizaban para atender a los clientes, uno para cubrirse las
partes vergonzosas ciñéndoselo a la cintura, y el otro para la cabeza a modo de
turbante.
Alineados en
sus ventanas las sandalias de madera o corcho imprescindibles para no quemarse
los pies con el calor que el suelo desprendía al estar sobre una cámara de aire
caliente que recibía el fuego de las calderas.
Primero pasaban
por la sala fría, para cambiarse y dejar sus cosas, después la sala central
mucho más grande y templada cargada de vapor. Allí se tendían en sus tarimas de
madera especiales para sudar en reposo mientras eran atendidos por los bañeros y masajistas,
que favorecían la sudoración.
Después
pasaban a la sala caliente. La que se encontraba más cerca de la caldera y el
horno. Agachados en cuclillas, eran enjabonados de pies a cabeza por los empleados
del local, con abundante espuma que finalmente aclaraban lazándole gran
cantidad de agua muy caliente, con recipientes de madera resistentes a la
transmisión de calor, levantando esta lluvia de agua gran cantidad de vapor al
caer al suelo caliente.
Después
volvían a la sala templada para reposar y reponerse, de esta parte tan
importante del ritual del baño. De nuevo recibían expertos masajes para volver
más tarde a la sala caliente a tomar una nueva ducha, esta vez de agua bien
fría y regresar a la sala central a reposar y tomar nuevos masajes acompañados
de aceites y perfumes, dependiendo de la bolsa del cliente.
Ya
reconfortado, el bañista se envolvía en un albornoz de algodón, quedando en
reposo en la sala central. La ligereza de su cuerpo y de su alma, lo desinhibía
y quedaban un rato charlando de religión, de política, negocios o sobre los chascarrillos
de la vecindad, e incluso algunos cenaban acompañados de este maravilloso
ambiente.
En aquel mismo
emplazamiento, existían unas termas que pertenecían a los romanos con pilones, aunque también hay quien dice que fue una
tenería, que es donde se coloreaban las pieles, actividad que desprendía un olor pestilente.
-
¿Los romanos?
- ¿No has visto las pelis de Astèrix y Obèlix,
cuando vienen los romanos que eran muy tontos y les dan puñetazos que vuelan?
- Sí.
- Pues esos romanos eran verdaderos, aunque no
todos eran soldados como los que conoces, había todo tipo de personas que vivían aquí antes de los musulmanes, antes del año cero… otro cuento nena.
- Vale.
Estos
habitantes nuestros, los romanos de Jaén ni poyas, dejaron pequeñas pilones de piedra o piscinas
en todos los baños y casas. Si tenían dinero eran piscinas de agua fría y
caliente, donde nadar y si eran más modestos, simplemente pilones de piedra
como el que podemos ver hoy en día en nuestros baños.
A sus nuevos
clientes les parecía innoble cubrir su cuerpo con agua que había sido utilizada
por otra persona. Los baños de vapor eran más purificadores.
En aquel
jardín nació una renacuaja que nadaba feliz por aquellas aguas tan aromáticas y
comía de los restos que se acumulaban tras el filtrado de la tierra.
Nacieron en
realidad un montón de renacuajos pero todos se fueron de allí diciendo que no
había nada que hacer, que se aburrían, que la charca solo tenía agua y que
siempre estaban allí las mismas renacuajas y renacuajos.
Ella decidió
quedarse, porque le parecía que su charca era la más preciosa del mundo. Pronto
se quedó sola, el resto de las ranitas se fueron a conocer otros lugares, pero
ella era feliz con la vida tan sencilla que le ofrecía su charca.
Levantarse cada
mañana en un hogar tan precioso, tranquilo, sin sobresaltos y con comida, a
ella le parecía un lujo del que no pensaba prescindir por conocer otros lugares
mucho más bonitos pero donde, la comida escaseaba y los vecinos no eran muy
amistosos.
Caminaba
agachada a saltos por su estanque. Tenía mucha panza y unas manecillas muy
pequeñas e inútiles. Sus patas de atrás eran largas y muy fuertes, pero las
manos cada día estaban peor.
Cada vez que
quería transportar su cuerpo, tenía que hacer un gran esfuerzo arrastrando su
gran barrigón, con ayuda de unas patas delgadísimas.
Cansada de la
vida que llevaba, saltando solo pequeñas distancias y golpeándose al caer una y
otra vez, la rana comenzó a hacer ejercicio. Se colgaba de una rama dejando
caer todo su peso para estirar sus bracitos. Podía quedarse colgada allí horas,
incluso días.
Poco a poco
sus brazos se fueron desarrollando, alargando y sobre todo se hicieron fuertes
y ágiles por lo que empezó a utilizarlos para ayudarse al caminar.
Ella observaba
a otras ranas del lugar que venían siempre de paso y no solo tenían los brazos
pequeñitos y débiles, incluso algunas los habían perdido.
Trabajó sus
abdominales y consiguió que su cintura fuera la más estrecha. Sus piernas a su
vez comenzaran a engordar y sus brazos, no solo no se le cayeron, sino que se
pusieron muy musculosos.
Corría con las
manos y los pies por lo que alcanzaba gran velocidad. Rastreaba por el suelo e
incluso empezó a subir por las paredes ayudada por sus dedos, cada día más
prensiles, parecía que tenía ventosas.
Un día comenzó
a levantar su cabeza, tanto que empezaron a despegar sus brazos del suelo,
desde allí veía mejor.
Le gustaba
caminar así, erguida, le gustaba, pero lo mismo que ella podía ver todo lo que
rodeaba, se exponía a que todos la vieran, a no pasar desapercibida de sus
posibles depredadores. No le importó, prefirió exponerse antes que seguir
viviendo rectando por el suelo.
La gente la
saludaba con sorpresa:
- ¿Cómo ha podido?
- ¡Qué tipo
tiene señora rana!
Tanto esfuerzo
mereció la pena y comenzó a sonreír, a ser más feliz, a estar siempre alegre. Estiraba
sus brazos hacia arriba cuando se despertaba por la mañana en su charca.
Su espalda
crujía y eso le producía una gran relajación. Caminaba con estilos diferentes.
Con sensualidad como aquellas esclavas que atendían en los baños y que tantas
veces las vio caminar por sus balcones o paso militar como las tropas que en
ocasiones pasaban por su charca.
Todo
transcurría bien, pero poco a poco, la gente comenzó a preocuparse por ella, a
temer por si la descubría el cernícalo que por allí vigilaba a diario su caza:
- ¿Qué le ha pasado? Eso no debe ser bueno.
- Ha perdido mucho peso.
- Dicen que habla sola, dicen que canta y baila
como si nadie la viera.
- ¡Ha perdido la cabeza!
Cuando
saltaba, a duras penas, en su charca con mucho trabajo, nadie se preocupaba por
ella. Todo era normal, había que tener resignación con la vida que nos tocaba
jugar a cada uno. Incluso la compadecían, pero al mismo tiempo nadie la
ayudaba.
En aquel
tiempo, el trabajo era agotador y el esfuerzo de mover sus carnes enorme. Nadie
dijo nada.
Ahora todos
eran sus amigos, todos se preocupaban por ella y todos querían ayudarla a
volver a su estanque y a que no hiciera locuras.
- Señora rana, usted debe dedicarse a sus
renacuajos. Debe echar más formalidad.
- No tiene edad para esas niñerías.
- No puede llevar esa vida tan rara, no es sano.
Todo el mundo se preocupaba e intentaba ayudarla
en aquellos momentos tan difíciles. Comenzó a salir de su charca y a pasear por
el barrio.
Descubrió lugares maravillosos que hasta ese día
eran desconocidos para ella. Era una extraña en su propia ciudad, nadie la
conocía a pesar de llevar toda la vida allí.
Cada vez que la paraba un vecino del barrio, le preguntaba por qué caminaba erguida y le aconsejaba volver a su forma natural de vida. Ella escuchaba pacientemente, mientras su espalda se le secaba al sol.
Cada vez que la paraba un vecino del barrio, le preguntaba por qué caminaba erguida y le aconsejaba volver a su forma natural de vida. Ella escuchaba pacientemente, mientras su espalda se le secaba al sol.
Mientras le hablaban le caía lluvia en la espalda…
Pacientemente
escuchaba mientras la nieve cubría su cuerpo...
Y así,
intentaba aprender de la sabiduría del resto de los habitantes de la ciudad,
para poder tomar la decisión correcta.
Pero ocurrió
algo muy malo muy malo, comenzó a picarle su espalda, pero no podía rascarse.
Comenzaron a salirle escamas y cada vez se le endurecían más, sin que nadie
pudiera ni siquiera ayudarla. Estaban muy ocupados dándole consejos, e
intentando que normalizara su vida.
Cuando les
hablaba de su problema, todos le decían:
-Claro, eso
por intentar andar erguida, eso te pasa por caminar a dos piernas.
Sus palabras
hacían que la tristeza cada día aparcara más en su corazón y sus piernas y sus
brazos poco a poco, fueron perdiendo fuerza.
Su espalda se
fue endureciendo cada vez más.
Cada día
sentía menos las inclemencias del tiempo, aunque la gente no paraba de
hablarle, cada día escuchaba menos sus consejos. Mientras, su espalda se fue
haciendo fuerte e insensible.
Comenzó a
agacharse, para poder llevar el peso de sus escamas y poco a poco, comenzó a
andar a cuatro patas de nuevo. La lluvia, el frío y el sol, hacía que su
espalda cada vez fuera más dura.
Hasta que un
día intentó ponerse de pie y en lugar de eso se quedó tumbada boca arriba sin
poder moverse.
Aquella rana
que quiso ser lagarta, se convirtió gracias a sus amigos y sus consejos en una
gran tortuga, fuerte, centenaria, majestuosa, perfecta.
Era muy respetada porque era sabia, era la más vieja de todos, gracias a su gran caparazón que la protegía de las inclemencias del tiempo y de los depredadores.
Pero su vida
era lenta, monótona y muy triste.
¡Qué hubiera
dado ella por haber seguido siendo lagarta!
Pero lagarta,
lagarta.
No le hubiera
importado haber sido devorada por el cernícalo del barrio o por un humano
hambriento.
No le hubiera
pesado que su vida hubiera sido corta, pero podría haber visitado muchos
lugares, e incluso podría haber ayudado a mucha gente porque era rápida y muy
dispuesta.
Un día, la
gran tortuga, se encontró con otra rana erguida, que quería ser lagarta y
comenzaba a escamarse por la espalda. Se rascaba, lloraba y nadie la ayudaba.
Se acercó y le dijo:
- Ráscate conmigo, roza tus escamas
en mi caparazón ¡Vamos! - la animaba – ya no te queda nada. Venga, sigue.
Una vez
terminó y quedó limpia y satisfecha, tumbada boca arriba en el caparazón de la
amiga, se acercó a su cabeza para darle un abrazo y la gran tortuga aprovechó
para decirle al oído:
- No dejes que nunca te salgan las escamas, no
escuches las maravillas que dicen todos que hacen y lo buenas que son, lo que
protegen del sol.
La lagartita la escuchaba atentamente.
- Tú, corre, remójate, ráscate con arena y troncos
de árbol. Salta y no dejes que nunca te salgan. No escuches a nadie, sigue con tu
velocidad, solo es mala para los que no nacieron para ello. Tú eres así de
nacimiento.
Así lo hacía mientras escuchaba a su gran consejera, su amiga la gran tortuga.
- No dejes que nunca te salga el caparazón, morirás
antes, pero vivirás libre. Y serás rápida y visitarás muchos lugares.
Los ojos de la tortuga se humedecían mientras aconsejaba a su joven amiga.
- No escuches, que no te paren al sol, al frío, no
dejes que nadie cambie tu cuerpo y vive deprisa, corre, sigue siendo una
lagarta para siempre.
Pasaron más de mil años y se sigue recordando
entre los vecinos, la historia de aquella ranita que quiso ser lagarta y acabó convirtiéndose
en tortuga.
Dicen que consiguió que su amiga fuera una gran
lagarta, tan grande que sobre ella pesan muchas leyendas y acusaciones de
asesinato de humanos.
Dicen que se hizo tan grande que comía un niño
por semana, que un pastor la mató con dinamita escondida en una oveja muerta. Dicen que era
un lagarto, el de la Magdalena, se dicen tantas cosas que nunca sabremos la
verdad. Pienso que sinceramente se convirtió finalmente en una lagarta, LAGARTA.