miércoles, 11 de abril de 2018

Lagarta, LAGARTA

 Se acababan de estrenar los miles en el contador de años cuando ocurrió esta historia, fíjate si hace tiempo que ya vamos por el dos mil dieciocho.

Por entonces apareció una ciudad musulmana, a la que todos llamarían Geen (Camino de Caravanas).

-     ¿Cómo apareció la ciudad? ¿Por arte de magia?
-     No. No apareció de repente, solo su nuevo nombre. Se pelearon los dueños y repartieron las tierras. Cada uno le puso a la suya un nombre. Es como cuando compramos nuestro campo, antes se llamaba “La Curva” porque todo el mundo conocía por ese nombre a ese trozo de tierra que estaba al borde de la carretera y que servía para dar la vuelta.  
-     ¿Eso es antes del año mil?
-     No, antes del año mil, no había carreteras.
-     Vale, ¿antes de que yo naciera?
-     Más o menos, el caso es que ahora todos llaman a esa tierra “la Curva de la Marrana”, porque allí es donde vive nuestra Vacarisa.
-     Mamá, anda que si se muere la cerda, pensarán que somos nosotras las marranas.
-     Seguramente. El tiempo hace que la gente no sepa porque se llama una tierra de una manera, pero solo hay que buscar un poco y averiguar la verdad. Alguien habrá dentro de miles de años, que explique que esa Curva de la Marrana, se llamaba así por una cerda.
-     ¿Y sabrán también cosas de nosotras?
-     Posiblemente solo Vacarisa sea recordada por los siglos de los siglos, pero nosotras sabemos muchas cosas que otros no saben, ¿verdad? ¿Te acuerdas que risa cuando te conté lo de nuestras poyas?
-     ¡Sí! – reía la niña nerviosa tapándose la boca con las manos, avergonzada por la palabrota - ¡Qué era pan mamá, solo era pan!
-     Pues igual pasa con los nombres de las ciudades que se llaman así por algo, aunque “ese algo” no sea lo que imaginamos. No aparecen y desaparecen, solo cambian sus dueños, estaban ahí desde antes de que fuera el año mil, y antes, y antes, y mucho antes incluso del año cero, cuando estaban aquí los Íberos.
-     ¿Eso qué es, los Íberos?
-     El muñeco que hay en el parque que todos decís que es Don Quijote, pero eso te lo cuento en otro cuento.

Por aquellas tierras de Geen transitaban todas las mercaderías que entraban y salían de Al-Ándalus, todos debían parar allí para descansar y reponer víveres y agua  antes de proseguir su camino. 

Al norte en nuestra tierra había unas grandes montañas que eran paso obligado para poder salir de aquí. Se atajaba mucho camino atravesándolas, aunque era muy duro y peligroso por lo que debían ir preparados.

Cruzarlas, ya fuera para entrar o salir de Geen era un motivo más que suficiente para pararse a coger fuerzas. El desfiladero de Despeñaperros era muy difícil tanto en invierno como en verano y se tardaba varios días en pasar al otro lado.

-     ¡Despeñaperros! ¿Mataban a los perros?
-     Así pusieron a estas montañas de nombre pero no eran perros los que tiraban para que se despeñaran, eran personas. Tras la Batalla de Navas de Tolosa, una muy importante donde ganaron los cristianos, a los soldados musulmanes que quedaron vivos, los tiraban por el desfiladero enviándolos a una muerte segura. “Perros” es como llamaban los cristianos a los infieles musulmanes.
-     ¡Anda! – dijo con voz compungida(1) la niña.
-     Así son las guerras, mueren los soldados para que los dueños de las tierras puedan decir que lo son. Y peor todavía, además de soldados, mueren muchos civiles.
-     ¿Civiles que son?
-     Mujeres, niños, ancianos y personas con alguna “peguilla” que se han librado de ser reclutadas para la guerra. A los jóvenes se los llevaban a la fuerza.
-     ¿Peguilla qué es?
-     A ver hija mía, nunca hubo un soldado rico por muy joven y fuerte que fuera, tampoco se libraba ni un pobre, a no ser que estuviera impedido por alguna circunstancia, osea, que tuviera alguna peguilla.
(1)           Investiga todas las palabras de este cuento para que veas que son verdad. 

La nuestra era una de las ciudades más importantes del mundo en la época musulmana. Precisamente esos “perros” trajeron durante muchos años paz y prosperidad para todos.

Nuestros antepasados pertenecían a tres culturas distintas,  la musulmana, la cristiana y la judía, aunque a mí me gusta incluir una más que siempre ha sido olvidada, la cultura gitana.

Es muy posible que cualquiera de nosotros tengamos ascendencia de cualquier parte del mundo, por aquí pasaron conquistadores de muy distinta procedencia, se puede ver claramente como en una misma familia nacen hermanos que pueden ser de unos o de otros.  

-     Mira Alonso, es claramente descendiente de judíos, mientras que los hermanos mayores son morenos con el pelo rizado, más moros o incluso un poco indios. A mi abuelo le decían el Indio, por algo también.
-     Eso estaba pensando yo Mamá, eso estaba pensando.
-     En Portugal, hay muchos descendientes de los esclavos que trajeron  Brasil y otras colonias que dejaron de serlo hace ya muchísimos años. Por eso, cuando una persona habla de razas de forma excluyente, no se da cuenta de que en su sangre muy posiblemente tenga cualquiera de las culturas que pasaron por España.  

Durante esta época los judíos convivían pacíficamente con los musulmanes. Poco después con los cristianos también, aunque empezaron los problemas y se hizo una ley donde los judíos no podían tener esclavos cristianos. Poco a poco fue deteriorándose la convivencia hasta que los expulsaron España a todos.

Cuentan que para evitar la codicia de los cristianos, los judíos enterraron sus cosas de valor en los sótanos de  sus casas y que aún hoy puede haber bajo tierra grandes tesoros escondidos que no tuvieron tiempo de llevarse cuando los expulsaron.  

Aún hay familias sefardíes (judíos españoles), que guardan por generaciones las llaves de su casa en España, por si un día pudieran volver. Lo cierto es que sus casas fueron confiscadas y la posibilidad de volver a lo que fue su hogar durante siglos era prácticamente inexistente.

Nosotros siempre fuimos una cuidad de paso, de acogida, de mezcla, los que vinieron de otros lugares a vivir con nosotros, no olvidan su paso por aquí fácilmente, aunque seamos una ciudad pobre. Tratamos a todo el mundo como si lo conociéramos de toda la vida, con cariño sincero y familiar. De ahí el carácter Jaenero, nuestro mayor patrimonio y ese dicho tan famoso que hay de nuestra tierra, de la que se dice que se entra llorando y se sale añorando y llorando más todavía.

En nuestro carácter también está impreso el pesimismo, no puedo negarlo aunque sea solo la última época,  no cuando ocurrió este cuento. Ahora tenemos la autoestima por los suelos y pensamos que es el peor sitio donde vivir, como me decía mi hijo, es para nacer y morir, pero no para vivir. Por generaciones hemos escuchado aquello de que hay que quemar la ciudad, del Castillo al Boulebar y lo de que …

¡AQUÍ NO HAY NA!.

¿Alguien en esta ciudad,
que esté dispuesto quemarla,
del castillo al bulevar?

¿Hay alguien?

¿Alguien que quiera esfumarse?
¿Alguien que aspire a emigrar?
alguien que cuando se largue,
ni vuelva por Navidad.

¿Hay alguien?

Alguien que tenga coraje
de tener el coraje de hablar
alguien que vea precioso
mi reflejo en un cristal.

¿Hay alguien?

¿Alguien aquí vive feliz?

¿Come, ríe y puede dormir?

¿Hay alguien?

¿Alguien aquí que la admire?
Que necesite su cruz
que se aburra con mi pelo
¿No tienes dignidad, tú?

¿Por qué esta tierra quema, y las otras llaman?
¿Por qué se van los míos? duele el alma.
¿Quién se queda, quién se queda?

¡En esta ciudad de mierda!

LVM

¡No podéis imaginar que ciudad más espléndida!

Geen se había preparado para recibir y abastecer a los comerciantes que ya conocían su hospitalidad y hacían uso de ella, trayendo prosperidad a sus habitantes.

Sus montañas protegían de cualquier ataque, los puestos de vigilancia eran muy numerosos, estratégicamente situados y sumamente efectivos. Uno de ellos, el más antiguo de la ciudad, anterior incluso a la iglesia que lo acompaña, es La Torre del Concejo. Curioso que todavía hoy pertenece a la ciudad y no a la iglesia, de hecho es la hora oficial de Geen por los siglos de los siglos.

Se encontraba en el centro y la vista abarcaba todo. Esta torre pertenecía al Concejo, y era sitio de reunión  de los Caballeros veinticuatro que ayudaban a Lucas de Iranzo a decidir que debía hacer en caso de una amenaza así como la gobernanza en general de la ciudad, dirigían la defensa de todos. Desde allí todavía hoy en día se pueden divisar todos los problemas, siempre que no se haga la vista gorda.

-     ¿Sabías que tenemos el récord de más castillos y torres de vigilancia del mundo? El otro día salió en un programa de preguntas y respuestas. Nadie imagina eso, ni yo.

En aquella época guardábamos muchos tesoros y teníamos que protegerlos. Nuestras calles se llenaban de comerciantes con muchas mercancías para vender y mucho oro para comprar.

-     Y ahora ¿Por qué no hacemos lo mismo? Vigilar.
-     No existe el Concejo, solo nos quedó la torre.


La ciudad estaba preparada para los visitantes, sus calles estaban cargadas de agua, fuentes y nacimientos al servicio de los animales y las personas,  buenos alimentos y una gran hospitalidad.

Muy bien situados en el centro de la ciudad estaban los baños públicos del Hamman al-Walad, en nuestro idioma “los baños del niño”(2) que servían de descanso y purificación imprescindible para todos, tanto los forasteros como los propios habitantes de Geen.

(2)       Pronuncia lo mejor que puedas este nombre y no olvides su significado, la  H tienes que decirla como si fueras un zombi. Es muy típica en toda Andalucía esta pronunciación de la J como si fuera una H aspirada, menos en Jaén, que ya sabéis que tenemos fama de pronunciarla muy fuerte, y por eso nos dicen que somos de la tierra del “ronquío”.
Del Raudal de la Magdalena, se abastecían estos baños que eran los más importantes y a otros tres más que estaban repartidos por la zona. El Hammam Ibn Ishaq, el Baño de Ben Isaac era para los judíos, compartían el mismo lugar de reposo y limpieza pobres y ricos, hombres y mujeres,  aunque evidentemente de manera ordenada y sin mezclarse jamás.

-     Bueno, pues el jardín de estos maravillosos Baños del Niño estaba  donde estamos ahora…
-     ¿Eso es verdad mamá? ¿En nuestra casa?
-     Si, debajo de nuestra casa. Cuando hicimos nuestro proyecto arqueológico lo descubrimos.
-     ¿Eso qué es?
-     Hay que hacer un agujero en la tierra hasta llegar a encontrar restos de otras civilizaciones. Debajo de nuestra casa, estaban los jardines de los Baños Árabes que aparecen en este cuento.
-     ¡Increíble!
-     Créetelo, encontramos un pozo árabe, un camino empedrado con cantos "rodaos" de río pequeñitos haciendo dibujos e incluso una tumba. Todo eso se pone en un dibujo y después se presenta con los planos en …
-     Bueno, ya estoy cansada de escuchar cosas que son verdad, ahora cuéntame más cosas de mentira.
-     Pues cierra el pico, loro, que los cuentos, cuentos son.

Cada mañana tras la limpieza de los baños, se tiraba el agua sobrante en los jardines que poco a poco se fue formando una pequeña charca.

Todo estaba listo al medio día para los bañistas y hasta bien entrada la noche continuaba la actividad, a la mañana siguiente vuelta a empezar.

La tierra nunca conseguía absorber toda el agua y esto hacía que la vegetación a su alrededor se hiciera fuerte y frondosa.  

El agua de los baños perfumada con plantas aromáticas y cargada de todas las impurezas de las personas que usaban los baños, iba a parar a esta charca, que la hizo muy especial, mágica.

En los balcones de los baños, ondeaban como banderas de la paz multitud de paños blancos que se utilizaban para atender a los clientes, uno para cubrirse las partes vergonzosas ciñéndoselo a la cintura, y el otro para la cabeza a modo de turbante.

Alineados en sus ventanas las sandalias de madera o corcho imprescindibles para no quemarse los pies con el calor que el suelo desprendía al estar sobre una cámara de aire caliente que recibía el fuego de las calderas.
                           
Primero pasaban por la sala fría, para cambiarse y dejar sus cosas, después la sala central mucho más grande y templada cargada de vapor. Allí se tendían en sus tarimas de madera especiales para sudar en reposo mientras eran atendidos por los bañeros y masajistas, que favorecían la sudoración.

Después pasaban a la sala caliente. La que se encontraba más cerca de la caldera y el horno. Agachados en cuclillas, eran enjabonados de pies a cabeza por los empleados del local, con abundante espuma que finalmente aclaraban lazándole gran cantidad de agua muy caliente, con recipientes de madera resistentes a la transmisión de calor, levantando esta lluvia de agua gran cantidad de vapor al caer al suelo caliente.

Después volvían  a la sala templada para reposar y reponerse, de esta parte tan importante del ritual del baño. De nuevo recibían expertos masajes para volver más tarde a la sala caliente a tomar una nueva ducha, esta vez de agua bien fría y regresar a la sala central a reposar y tomar nuevos masajes acompañados de aceites y perfumes, dependiendo de la bolsa del cliente.

Ya reconfortado, el bañista se envolvía en un albornoz de algodón, quedando en reposo en la sala central. La ligereza de su cuerpo y de su alma, lo desinhibía y quedaban un rato charlando de religión, de política, negocios o sobre los chascarrillos de la vecindad, e incluso algunos cenaban acompañados de este maravilloso ambiente. 
                            
En aquel mismo emplazamiento, existían unas termas que pertenecían a los romanos con pilones,  aunque también hay quien dice que fue una tenería, que es donde se coloreaban las pieles, actividad que desprendía un olor pestilente.

-     ¿Los romanos?
-     ¿No has visto las pelis de Astèrix y Obèlix, cuando vienen los romanos que eran muy tontos y les dan puñetazos que vuelan?
-     Sí.
-     Pues esos romanos eran verdaderos, aunque no todos eran soldados como los que conoces, había todo tipo de personas que vivían aquí antes de los musulmanes, antes del año cero… otro cuento nena.
-     Vale.

Estos habitantes nuestros, los romanos de Jaén ni poyas,  dejaron pequeñas pilones de piedra o piscinas en todos los baños y casas. Si tenían dinero eran piscinas de agua fría y caliente, donde nadar y si eran más modestos, simplemente pilones de piedra como el que podemos ver hoy en día en nuestros baños.

A sus nuevos clientes les parecía innoble cubrir su cuerpo con agua que había sido utilizada por otra persona. Los baños de vapor eran más purificadores.

En aquel jardín nació una renacuaja que nadaba feliz por aquellas aguas tan aromáticas y comía de los restos que se acumulaban tras el filtrado de la tierra.

Nacieron en realidad un montón de renacuajos pero todos se fueron de allí diciendo que no había nada que hacer, que se aburrían, que la charca solo tenía agua y que siempre estaban allí las mismas renacuajas y renacuajos.

Ella decidió quedarse, porque le parecía que su charca era la más preciosa del mundo. Pronto se quedó sola, el resto de las ranitas se fueron a conocer otros lugares, pero ella era feliz con la vida tan sencilla que le ofrecía su charca.

Levantarse cada mañana en un hogar tan precioso, tranquilo, sin sobresaltos y con comida, a ella le parecía un lujo del que no pensaba prescindir por conocer otros lugares mucho más bonitos pero donde, la comida escaseaba y los vecinos no eran muy amistosos.

Caminaba agachada a saltos por su estanque. Tenía mucha panza y unas manecillas muy pequeñas e inútiles. Sus patas de atrás eran largas y muy fuertes, pero las manos cada día estaban peor.

Cada vez que quería transportar su cuerpo, tenía que hacer un gran esfuerzo arrastrando su gran barrigón, con ayuda de unas patas delgadísimas.

Cansada de la vida que llevaba, saltando solo pequeñas distancias y golpeándose al caer una y otra vez, la rana comenzó a hacer ejercicio. Se colgaba de una rama dejando caer todo su peso para estirar sus bracitos. Podía quedarse colgada allí horas, incluso días.

Poco a poco sus brazos se fueron desarrollando, alargando y sobre todo se hicieron fuertes y ágiles por lo que empezó a utilizarlos para ayudarse al caminar.

Ella observaba a otras ranas del lugar que venían siempre de paso y no solo tenían los brazos pequeñitos y débiles, incluso algunas los habían perdido.

Trabajó sus abdominales y consiguió que su cintura fuera la más estrecha. Sus piernas a su vez comenzaran a engordar y sus brazos, no solo no se le cayeron, sino que se pusieron muy musculosos.

Corría con las manos y los pies por lo que alcanzaba gran velocidad. Rastreaba por el suelo e incluso empezó a subir por las paredes ayudada por sus dedos, cada día más prensiles, parecía que tenía ventosas.

Un día comenzó a levantar su cabeza, tanto que empezaron a despegar sus brazos del suelo, desde allí veía mejor.
Le gustaba caminar así, erguida, le gustaba, pero lo mismo que ella podía ver todo lo que rodeaba, se exponía a que todos la vieran, a no pasar desapercibida de sus posibles depredadores. No le importó, prefirió exponerse antes que seguir viviendo rectando por el suelo.

La gente la saludaba con sorpresa:

- ¿Cómo ha podido?
- ¡Qué tipo tiene señora rana!

Tanto esfuerzo mereció la pena y comenzó a sonreír, a ser más feliz, a estar siempre alegre. Estiraba sus brazos hacia arriba cuando se despertaba por la mañana en su charca.

Su espalda crujía y eso le producía una gran relajación. Caminaba con estilos diferentes. Con sensualidad como aquellas esclavas que atendían en los baños y que tantas veces las vio caminar por sus balcones o paso militar como las tropas que en ocasiones pasaban por su charca.

Todo transcurría bien, pero poco a poco, la gente comenzó a preocuparse por ella, a temer por si la descubría el cernícalo que por allí vigilaba a diario su caza:

-      ¿Qué le ha pasado? Eso no debe ser bueno.
-     Ha perdido  mucho peso.
-     Dicen que habla sola, dicen que canta y baila como si nadie la viera.
-     ¡Ha perdido la cabeza!

Cuando saltaba, a duras penas, en su charca con mucho trabajo, nadie se preocupaba por ella. Todo era normal, había que tener resignación con la vida que nos tocaba jugar a cada uno. Incluso la compadecían, pero al mismo tiempo nadie la ayudaba.

En aquel tiempo, el trabajo era agotador y el esfuerzo de mover sus carnes enorme. Nadie dijo nada.

Ahora todos eran sus amigos, todos se preocupaban por ella y todos querían ayudarla a volver a su estanque y a que no hiciera locuras.

-      Señora rana, usted debe dedicarse a sus renacuajos. Debe echar más formalidad.
-     No tiene edad para esas niñerías.
-     No puede llevar esa vida tan rara, no es sano.

Todo el mundo se preocupaba e intentaba ayudarla en aquellos momentos tan difíciles. Comenzó a salir de su charca y a pasear por el barrio.
Descubrió lugares maravillosos que hasta ese día eran desconocidos para ella. Era una extraña en su propia ciudad, nadie la conocía a pesar de llevar toda la vida allí.
Cada vez que la paraba un vecino del barrio, le preguntaba por qué caminaba erguida y le aconsejaba volver a su forma natural de vida. Ella escuchaba pacientemente, mientras su espalda se le secaba al sol.
Mientras le hablaban le caía lluvia en la espalda…
Pacientemente escuchaba mientras la nieve cubría su cuerpo...

Y así, intentaba aprender de la sabiduría del resto de los habitantes de la ciudad, para poder tomar la decisión correcta.

Pero ocurrió algo muy malo muy malo, comenzó a picarle su espalda, pero no podía rascarse. Comenzaron a salirle escamas y cada vez se le endurecían más, sin que nadie pudiera ni siquiera ayudarla. Estaban muy ocupados dándole consejos, e intentando que normalizara su vida.

Cuando les hablaba de su problema, todos le decían:

-Claro, eso por intentar andar erguida, eso te pasa por caminar a dos piernas.

Sus palabras hacían que la tristeza cada día aparcara más en su corazón y sus piernas y sus brazos poco a poco, fueron perdiendo fuerza.

Su espalda se fue endureciendo cada vez más.
Cada día sentía menos las inclemencias del tiempo, aunque la gente no paraba de hablarle, cada día escuchaba menos sus consejos. Mientras, su espalda se fue haciendo fuerte e insensible.

Comenzó a agacharse, para poder llevar el peso de sus escamas y poco a poco, comenzó a andar a cuatro patas de nuevo. La lluvia, el frío y el sol, hacía que su espalda cada vez fuera más dura.

Hasta que un día intentó ponerse de pie y en lugar de eso se quedó tumbada boca arriba sin poder moverse.

Aquella rana que quiso ser lagarta, se convirtió gracias a sus amigos y sus consejos en una gran tortuga, fuerte, centenaria, majestuosa, perfecta. 

Era muy respetada porque era sabia, era la más vieja de todos, gracias a su gran caparazón que la protegía de las inclemencias del tiempo y de los depredadores.

Pero su vida era lenta, monótona y muy triste.

¡Qué hubiera dado ella por haber seguido siendo lagarta!

Pero lagarta, lagarta.

No le hubiera importado haber sido devorada por el cernícalo del barrio o por un humano hambriento.
No le hubiera pesado que su vida hubiera sido corta, pero podría haber visitado muchos lugares, e incluso podría haber ayudado a mucha gente porque era rápida y muy dispuesta.

Un día, la gran tortuga, se encontró con otra rana erguida, que quería ser lagarta y comenzaba a escamarse por la espalda. Se rascaba, lloraba y nadie la ayudaba. Se acercó y le dijo:

-   Ráscate conmigo, roza tus escamas en mi caparazón ¡Vamos! - la animaba – ya no te queda nada. Venga, sigue.

Una vez terminó y quedó limpia y satisfecha, tumbada boca arriba en el caparazón de la amiga, se acercó a su cabeza para darle un abrazo y la gran tortuga aprovechó para decirle al oído:

-     No dejes que nunca te salgan las escamas, no escuches las maravillas que dicen todos que hacen y lo buenas que son, lo que protegen del sol.

La lagartita la escuchaba atentamente.

-     Tú, corre, remójate, ráscate con arena y troncos de árbol. Salta y no dejes que nunca te salgan. No escuches a nadie, sigue con tu velocidad, solo es mala para los que no nacieron para ello. Tú eres así de nacimiento.  

Así lo hacía mientras escuchaba a su gran consejera, su amiga la gran tortuga.

-     No dejes que nunca te salga el caparazón, morirás antes, pero vivirás libre. Y serás rápida y visitarás muchos lugares. 

Los ojos de la tortuga se humedecían mientras aconsejaba a su joven amiga.

-     No escuches, que no te paren al sol, al frío, no dejes que nadie cambie tu cuerpo y vive deprisa, corre, sigue siendo una lagarta para siempre.

Pasaron más de mil años y se sigue recordando entre los vecinos, la historia de aquella ranita que quiso ser lagarta y acabó convirtiéndose en tortuga.

Dicen que consiguió que su amiga fuera una gran lagarta, tan grande que sobre ella pesan muchas leyendas y acusaciones de asesinato de humanos.

Dicen que se hizo tan grande que comía un niño por semana, que un pastor la mató con dinamita  escondida en una oveja muerta. Dicen que era un lagarto, el de la Magdalena, se dicen tantas cosas que nunca sabremos la verdad. Pienso que sinceramente se convirtió finalmente en una lagarta, LAGARTA.